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quedarse boquiabierto, impotente. La mano de hierro lo golpeó dos veces.
Pocos minutos después los demás chicos vieron a Garfio en el agua nadando frenéticamente hacia el bar-
co; su cara pestilente ya no estaba llena de regocijo, sólo blanca de miedo, pues el cocodrilo le venía pisan-
do los talones. En una ocasión normal los chicos habrían nadado al lado soltando gritos de entusiasmo, pero
ahora se sentían inquietos, porque habían perdido tanto a Peter como a Wendy y estaban recorriendo la
laguna buscándolos, gritando sus nombres. Encontraron el bote y regresaron a casa en él, gritando «Peter,
Wendy» por el camino, pero no se oía ninguna respuesta salvo la risa burlona de las sirenas.
-Deben de estar volviendo a nado o por el aire -decidieron los chicos. No estaban muy preocupados, por
la fe que tenían en Peten Se echaron a reír, como niños que eran, al pensar que se irían tarde a la cama ¡y
todo por culpa de mamá Wendy!
Cuando sus voces se apagaron cayó un frío silencio sobre la laguna y entonces se oyó un débil grito.
-¡Socorro, socorro!
Dos figuritas golpeaban contra la roca; la chica había perdido el conocimiento y yacía en los brazos del
chico. Con un último esfuerzo Peter la subió a la roca y luego se echó junto a ella. En el momento en que
también él se desmayaba vio que el agua estaba subiendo. Supo que pronto estarían ahogados, pero no
podía hacer más.
Mientras yacían el uno junto al otro una sirena agarró a Wendy de los pies y se puso a tirar de ella sua-
vemente hacia el agua. Peter, al sentir que se soltaba de él, volvió en sí de golpe y llegó justo a tiempo de
rescatarla. Pero tenía que decirle la verdad.
-Estamos en la roca, Wendy -dijo-, pero se está cubriendo. El agua no tardará en cubrirla del todo.
Ni siquiera entonces lo entendió ella.
-Tenemos que irnos -dijo casi con animación.
-Sí -respondió él débilmente.
-¿Nadamos o volamos, Peter?
No le quedó más remedio que decírselo.
-Wendy, ¿crees que podrías nadar o volar hasta la isla sin mi ayuda?
Ella tuvo que admitir que estaba demasiado cansada. Él soltó un gemido.
-¿Qué te ocurre? -preguntó ella, preocupada por él al instante.
-No te puedo ayudar, Wendy. Garfio me ha herido. No puedo ni volar ni nadar.
-¿Quieres decir que nos vamos a ahogar los dos?
-Mira cómo sube el agua.
Se taparon los ojos con las manos para evitar aquella visión. Pensaron que no tardarían en morir. Mien-
tras estaban así sentados una cosa rozó a Peter con la levedad de un beso y se quedó allí, como preguntando
tímidamente: «¿Puedo servir para algo?»
Era la cola de una cometa, que Michael había construido unos días antes. Se le había escapado de las ma-
nos y se había alejado volando.
-La cometa de Michael -dijo Peter con indiferencia, pero un momento después la tenía agarrada por la
cola y tiraba de la cometa hacia él-. Levantó a Michael del suelo -exclamó-, ¿por qué no podría llevarte a
ti?
-¡A los dos!
-No puede levantar a dos personas, Michael y Rizos lo intentaron.
-Echémoslo a suertes -dijo Wendy con valentía.
-¿Una dama como tú? Ni hablar.
Ya le había atado la cola alrededor. Ella se aferró a él: se negaba a partir sin él, pero con un «adiós, Wen-
dy», la apartó de un empujón de la roca y a los pocos minutos desapareció de su vista por los aires. Peter se
quedó solo en la laguna.
La roca era muy pequeña ya, pronto quedaría sumergida. Unos pálidos rayos de luz se deslizaron por las
aguas y luego se oyó un sonido que al mismo tiempo era el más musical y el más triste del mundo: las
sirenas cantando a la luna.
Peter no era como los demás chicos, pero por fin sentía miedo. Le recorrió un estremecimiento, como un
temblor que pasara por el mar, pero en el mar un temblor sucede a otro hasta que hay cientos de ellos y
Peter sintió solamente ése. Al momento siguiente estaba de nuevo erguido sobre la roca, con esa sonrisa en
la cara y un redoble de tambores en su interior. Éste le decía: «morir será una aventura impresionante.»
9. El ave de Nunca Jamás
Lo último que oyó Peter antes de quedarse solo fue a las sirenas retirándose una tras otra a sus dormito-
rios submarinos. Estaba demasiado lejos para oír cómo se cerraban sus puertas, pero cada puerta de las
curvas de coral donde viven hace sonar una campanita cuando se abre o se cierra (como en las casas más
elegantes del mundo real) y sí que oyó las campanas.
Las aguas fueron subiendo sin parar hasta tocarle los pies y para pasar el rato hasta que dieran el trago
final, contempló lo único que se movía en la laguna. Pensó que era un trozo de papel flotante, quizás parte
de la cometa y se preguntó distraído cuánto tardaría en llegar a la orilla.
Al poco notó con extrañeza que sin duda estaba en la laguna con algún claro propósito, ya que estaba lu-
chando contra la marea y a veces lo lograba y cuando lo lograba, Peter, siempre de parte del bando más
débil, no podía evitar aplaudir: qué trozo de papel tan valiente.
En realidad no era un trozo de papel: era el ave de Nunca Jamás, que hacía esfuerzos denodados por lle-
gar hasta Peter en su nido. Moviendo las alas, con una técnica que había descubierto desde que el nido cayó
al agua, podía hasta cierto punto gobernar su extraña embarcación, pero para cuando Peter la reconoció
estaba ya muy agotada. Había venido a salvarlo, a darle su nido, aunque tenía huevos dentro. La actitud del
ave extraña bastante, porque aunque Peter se había portado bien con ella, también a veces la había martiri-
zado. Me imagino que, al igual que la señora Darling y todos los demás, se había enternecido porque con-
servaba todos los dientes de leche.
Le explicó a gritos por qué había venido y él le preguntó a gritos qué estaba haciendo allí, pero por su-
puesto ninguno de los dos entendía el lenguaje del otro. En las historias imaginarias las personas pueden
hablar con los pájaros sin problemas y en este momento desearía poder fingir que ésta es una historia de ese
tipo y decir que Peter contestó con inteligencia al ave de Nunca Jamás, pero es mejor decir la verdad y sólo
quiero contar lo que pasó en realidad. Pues bien, no sólo no podían entenderse, sino que además acabaron
por perder la compostura.
-Quiero-que-te-metas-en-el-nido- -gritó el ave, hablando lo más claro y despacio posible-, y-así-podrás-
llegar-ala-orilla, pero-estoy-demasiado-cansada-para-acercarlomás-así-que-tienes-que-tratar-de-nadar-
hasta-aquí.
-¿Qué estás graznando? -respondió Peter-. ¿Por qué no dejas que el nido flote como siempre?
-Quiero-que -dijo el ave y lo volvió a repetir todo. Entonces Peter trató de hablar claro y despacio. -
¿Qué-estás-graznando? -y todo lo demás.
El ave de Nunca Jamás se enfadó: tienen muy mal genio.
-Pedazo de zoquete -chilló-, ¿por qué no haces lo que te digo?
A Peter le dio la impresión de que lo estaba insultando y se arriesgó a replicar con vehemencia:
-¡Eso lo serás tú!
Entonces, curiosamente, los dos soltaron la misma frase:
-¡Cállate!
-¡Cállate!
No obstante, el ave estaba decidida a salvarlo si podía y con un último y fenomenal esfuerzo arrimó el
nido a la roca. Entonces levantó el vuelo, abandonando sus huevos, para hacer clara su intención.
En ese momento por fin lo entendió él y agarró el nido y saludó dando las gracias al ave mientras ésta re-
voloteaba por encima. Sin embargo, no era por recibir su agradecimiento por lo que flotaba en el cielo, ni
siquiera era para ver cómo se metía en el nido: era para ver qué hacía con los huevos.
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