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 ¿Quién? Volvió a mirarme.
 La bestia. El Urscumug. El viejo. Malditos sean sus ojos. Maldita sea su alma, me
sigue como un perro de caza. Siempre está ahí, siempre en el bosque, siempre fuera del
fuerte. Siempre, siempre la bestia. Estoy cansado, hermano. De verdad. Por fin... 
Contempló la forma inerte de la chica . Al menos, tengo lo que buscaba, Guiwenneth, mi
Guiwenneth. Si muero, moriré con ella. Ya no me importa si me ama o no. La tendré. La
utilizaré. Hará que valga la pena morir. Ella me inspirará para hacer el último esfuerzo y
matar a la bestia.
 No dejaré que te la lleves  dije, desesperado.
Christian frunció el ceño, y luego sonrió. No dijo nada. Se apartó de mí, de vuelta hacia
la hoguera. Caminaba despacio, pensativo. Se detuvo para contemplar la casa. Uno de
sus hombres, un guerrero de pelo largo vestido casi con harapos, se acercó al cuerpo de
Harry Keeton, le dio la vuelta, le desgarró la camisa con un cuchillo y dijo algo en un
idioma extranjero. Christian me miró, y luego se volvió para responder al hombre. El
guerrero se irguió, furioso, y regresó junto a la hoguera.
 El fenlander está furioso. Querían comerse su hígado. Tienen hambre. El cerdo era
pequeño.  Sonrió . Se lo he prohibido. Sé que eres muy sensible.
Se dirigió a la casa y entró. Creo que estuvo dentro mucho tiempo.
Guiwenneth sólo alzó la vista una vez, y tenía la cara bañada en lágrimas. Me miró y
movió los labios, pero no oí ningún sonido, ni comprendí qué trataba de decirme.
 Te quiero, Guin  le dije . Saldremos de ésta. No te preocupes.
Pero mis palabras no surtieron efecto. Bajó otra vez la cabeza y se quedó allí, de
rodillas junto al fuego, atada y vigilada.
A mi alrededor, una intensa actividad tenía lugar en el jardín. Uno de los caballos se
había encabritado, y lanzaba coces, tratando de librarse de las riendas.
Algunos hombres caminaban de un lugar a otro, mientras otros cavaban un agujero y
los demás, sentados en torno a la hoguera, charlaban y reían a carcajadas. El bosque en
llamas era un espectáculo aterrador en la noche.
Cuando Christian volvió a salir de la casa, se había afeitado la descuidada barba
canosa. También se había peinado el largo pelo grasiento, que ahora llevaba recogido en
una trenza. Tenía el rostro ancho, recio, aunque con la piel algo lacia en las mandíbulas.
Se parecía increíblemente a nuestro padre, al padre que yo recordaba de los tiempos
anteriores a mi viaje a Francia. Pero más recio, más duro. Llevaba la espada y el cinturón
en una mano. En la otra, una botella de vino con el cuello partido limpiamente. ¿Vino?
Se acercó a mí y bebió un trago de la botella, lamiéndose los labios.
 Sabía que no encontrarías la reserva  dijo . Cuarenta botellas del mejor Burdeos.
El mejor paladar que puedo imaginar. ¿Quieres un poco?  Movió ante mí la botella
rota . Un trago antes de morir. Un brindis por la relación fraternal, por el pasado. Por una
batalla ganada, y por una batalla perdida. Bebe conmigo, Steve.
Negué con la cabeza. Por un momento Christian pareció decepcionado, pero luego
echó la cabeza hacia atrás y vertió el vino tinto en su boca. Sólo se detuvo cuando se
atragantó, entre carcajadas. Pasó la botella al más siniestro de sus compatriotas, el
fenlander, el que había querido abrir el cadáver de Harry Keeton.
El hombre bebió lo que quedaba y arrojó la botella al bosque. Sacaron el resto de la
reserva oculta de vino, que yo no había conseguido encontrar, y la distribuyeron en sacos
improvisados, que fueron entregados a cada halcón para que los transportasen.
El incendio del bosque empezó a apagarse. Fuera la que fuese su causa, la magia que
lo había provocado, el hechizo se desvanecía, y el olor a cenizas de madera impregnaba
el aire. Pero dos figuras muy extrañas aparecieron de repente en la entrada del jardín, y
empezaron a correr alrededor de él. Iban casi desnudas, con los cuerpos cubiertos de tiza
blanca, a excepción de los rostros, que eran negros. Tenían las cabelleras largas,
recogidas con una banda de cuero.
Llevaban largos bastones de hueso, y los agitaban al pasar entre los árboles. Las
llamas se avivaron de nuevo, y el incendio recuperó su fuerza anterior.
Por fin, Christian volvió a mi lado, y comprendí que aquella extraña demora se debía a
que no sabía qué hacer conmigo. Sacó el cuchillo y lo clavó con fuerza en el cobertizo,
junto a mí. Apoyó todo su peso en la empuñadura, con la barbilla entre las manos, y
pareció concentrarse, no en mí, sino en un montón de astillas de madera. Era un hombre
cansado, agotado. Todo en él lo delataba, desde su respiración a sus ojeras.
 Has envejecido  dije, constatando lo obvio.
 ¿De verdad?  Me sonrió, cansado . Sí, supongo que sí  asintió lentamente .
Para mí han pasado muchos años. Tratando de escapar de la bestia me adentré
mucho. Pero la bestia pertenece al corazón del bosque, y no podía despistarla. Es un
mundo extraño, Steven. Más allá del claro del cerro hay un mundo extraño, terrible. ¡El
viejo sabía tanto y tan poco a la vez...! Conocía el corazón del bosque. Lo había visto, o
había oído hablar de él, o lo había imaginado. Pero su único camino para llegar allí...
Se detuvo a media frase, y me miró con curiosidad. Sonrió otra vez y se irguió. Me rozó
la mejilla, sacudiendo la cabeza.
 En nombre de la ninfa Handryama, ¿qué voy a hacer contigo?
 ¿Qué te impide dejarme en paz, dejar en paz a Guiwenneth, que vivamos felices [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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