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le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque mas
virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión.
Porque el apetito y asimiento del alma tienen la propiedad que dicen tiene la rémora con la
nao, que, con ser un pece muy pequeño, si acierta a pegarse a la nao, la tiene tan queda,
que no la deja llegar al puerto ni navegar. Y así es lástima ver algunas almas como unas
ricas naos cargadas de riquezas, y obras, y ejercicios espirituales, y virtudes, y mercedes
que Dios las hace, y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo, o asimiento, o afición
-que todo es uno-, nunca van adelante, ni llegan al puerto de la perfección, que no estaba
en más que dar un buen vuelo y acabar de quebrar aquel hilo de asimiento o quitar aquella
pegada rémora, de apetito.
5. Harto es de dolerse que haya Dios hécholes quebrar otros cordeles más gruesos de
aficiones de pecados y vanidades, y por no desasirse de una niñería que les dijo Dios que
venciesen por amor de él, que no es más que un hilo y que un pelo, dejen de ir a tanto bien.
Y lo que peor es, que no solamente no van adelante, sino que, por aquel asimiento, vuelven
atrás, perdiendo lo que en tanto tiempo con tanto trabajo han caminado y ganado, porque
ya se sabe que, en este camino, el no ir adelante es volver atrás, y el no ir ganando es ir
perdiendo. Que eso quiso Nuestro Señor darnos a entender cuando dijo: El que no es
conmigo, es contra mí; y el que conmigo no allega, derrama (Mt. 12, 30).
El que no tiene cuidado de remediar el vaso por una pequeña resquicia que tenga basta para
que se venga a derramar todo el licor que está dentro. Porque el Eclesiástico (19, 1) nos lo
enseñó bien, diciendo: El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco ira cayendo.
Porque, como él mismo dice (11, 34), de una sola centella se aumenta el fuego. Y así, una
imperfección basta para traer otra, y aquéllas otras; y así, casi nunca se verá un alma que
sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros muchos, que salen de la misma
flaqueza e imperfección que tiene en aquél; y así, siempre van cayendo. Y ya habemos visto
muchas personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante en gran desasimiento
y libertad, y por sólo comenzar a tomar un asimientillo de afición -y so color de bien- de
conversación y amistad, írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de Dios y santa soledad,
caer de la alegría y enterez en los ejercicios espirituales y no parar hasta perderlo todo. Y
esto, porque no atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo, guardándose en
soledad para Dios.
6. En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es ir siempre quitando
quereres, no sustentándolos. Y si no se acaban todos de quitar, no se acaba de llegar.
Porque así como el madero no se transforma en el fuego por un solo grado de calor que falte
en su disposición, así no se transformará el alma en Dios por una imperfección que tenga,
aunque sea menos que apetito voluntario; porque, como después se dirá en la noche de la
fe, el alma no tiene más de una voluntad, y ésta, si se embaraza y emplea en algo no queda
libre, sola y pura, como se requiere para la divina transformación.
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7. De lo dicho tenemos figura en el libro de los Jueces (2, 3), donde se dice que vino el ángel
a los hijos de Israel y les dijo que, porque no habían acabado con aquella gente contraria,
sino antes se habían confederado con algunos de ellos, por eso se los había de dejar entre
ellos por enemigos, para que les fuesen ocasión de caída y perdición. Y, justamente, hace
Dios esto con algunas almas, a las cuales, habiéndolas él sacado del mundo, y muértoles
los gigantes de sus pecados, y acabado la multitud de sus enemigos, que son las ocasiones
que en el mundo tenían (sólo porque ellos entraran con más libertad en esta tierra de
promisión de la unión divina) y ellos todavía traban amistad y alianza con la gente menuda
de imperfecciones, no acabándolas de mortificar, por eso, enojado Nuestro Señor, les deja
ir cayendo en sus apetitos de peor en peor.
8. También en el libro de Josué (6, 21) tenemos figura acerca de lo dicho, cuando le mandó
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