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 Tendríamos ocupaciones formidables  dijo Traveler, observando la
respiración de Oliveira . Me acuerdo perfectamente, nuestras obligaciones
serían las de rezar o santiguar a personas, a objetos, y a esas regiones tan
misteriosas que Ceferino llama lugares de parajes.
 Este debe ser uno  dijo Oliveira como desde lejos . Es un lugar de
paraje clavado, hermanito.
 Y también santiguaríamos a los sembrados de vegetales, y a los novios mal
afectados por un rival.
 Llamalo a Cefe  dijo la voz de Oliveira desde algún lugar de paraje .
Cómo me gustaría... Che, ahora que lo pienso, Cefe es uruguayo.
Traveler no le contestó nada, y miró a Ovejero que entraba y se inclinaba
para tomar el pulso de la histeria matinensis yugulata.
 Monjes que han de combatir siempre todo mal espiritual  dijo
distintamente Oliveira.
 Ahá  dijo Ovejero para alentarlo.
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Y mientras alguien como siempre explica alguna cosa, yo no sé por qué estoy
en el café, en todos los cafés, en el Elephant & Castle, en el Dupont Barbès,
en el Sacher, en el Pedrocchi, en el Gijón, en el Greco, en el Café de la
Paix, en el Café Mozart, en el Florian, en el Capoulade, en Les Deux Magots,
en el bar que saca las sillas a la plaza del Colleone, en el café Dante a
cincuenta metros de la tumba de los Escalígeros y la cara como quemada por
las lágrimas de Santa María Egipcíaca en un sarcófago rosa, en el café frente
a la Giudecca, con ancianas marquesas empobrecidas que beben un té minucioso
y alargado con falsos embajadores polvorientos, en el Jandilla, en el
Floccos, en el Cluny, en el Richmond de Suipacha, en El Olmo, en la Closerie
des Lilas, en el Stéphane (que está en la rue Mallarmé), en el Tokio (que
está en Chivilcoy), en el café Au Chien qui Fume, en el Opern Café, en el
Dôme, en el Café du Vieux Port, en los cafés de cualquier lado donde
We make our meek adjustments,
Contented with such random consolations
As the wind deposits
In slithered and too ample pockets.
Hart Crane dixit. Pero son más que eso, son el territorio neutral para los
apátridas del alma, el centro inmóvil de la rueda desde donde uno puede
alcanzarse a sí mismo en plena carrera, verse entrar y salir como un maníaco,
envuelto en mujeres o pagarés o tesis epistemológicas, y mientras revuelve el
café en la tacita que va de boca en boca por el filo de los días, puede
desapegadamente intentar la revisión y el balance, igualmente alejado del yo
que entró hace una hora en el café y del yo que saldrá dentro de otra hora.
Autotestigo y autojuez, autobiógrafo irónico entre dos cigarrillos.
En los cafés me acuerdo de los sueños, un no man s land suscita el otro;
ahora me acuerdo de uno, pero no, solamente me acuerdo de que debí soñar algo
maravilloso y que al final me sentía como expulsado (o yéndome, pero a la
fuerza) del sueño que irremediablemente quedaba a mis espaldas. No sé si
incluso se cerraba una puerta detrás de mí, creo que sí; de hecho se
establecía una separación entre lo ya soñado (perfecto, esférico, concluido)
y el ahora. Pero yo seguía durmiendo, lo de la expulsión y la puerta
cerrándose también lo soñé. Una certidumbre sola y terrible dominaba ese
instante de tránsito dentro del sueño: saber que irremisiblemente esa
expulsión comportaba el olvido total de la maravilla previa. Supongo que la
sensación de puerta cerrándose era eso, el olvido fatal e instantáneo. Lo más
asombroso es acordarme también de haber soñado que me olvidaba del sueño
anterior, y de que ese sueño tenía que ser olvidado (yo expulsado de su
esfera concluida).
Todo eso tendrá, me imagino, una raíz edénica. Tal vez el Edén, como lo
quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales
que perviven en el inconsciente. De golpe comprendo mejor el espantoso gesto
del Adán de Masaccio. Se cubre el rostro para proteger su visión, lo que fue
suyo; guarda en esa pequeña noche manual el Último paisaje de su paraíso. Y
llora (porque el gesto es también el que acompaña el llanto) cuando se da
cuenta de que es inútil, que la verdadera condena es eso que ya empieza: el
olvido del Edén, es decir la conformidad vacuna, la alegría barata y sucia
del trabajo y el sudor de la frente y las vacaciones pagas.
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Claro que, como lo pensó en seguida Traveler, lo que contaba eran los
resultados. Sin embargo, ¿por qué tanto pragmatismo? Cometía una injusticia [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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