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persona muy digna por todos conceptos.
-Díjolo Blas.
-¡Lo digo yo!
-Como si lo dijera el gato.
Hubo una pausa. El ex-alcalde no era un Joaquinito Orgaz.
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La Regenta
Aquello de gato pedía sangre, Ronzal estaba seguro, pero no
sabía cómo contestar al liberalote.
Por último dijo:
-Es usted un grosero.
Foja, que sabía insultar, pero también perdonaba los insultos,
no se tuvo por ofendido.
-Yo lo que digo lo pruebo -replicó-; el Magistral es el azote de
la provincia: tiene embobado al Obispo, metido en un puño al
clero; se ha hecho millonario en cinco o seis años que lleva de
Provisor; la curia de Palacio no es una curia eclesiástica sino una
sucursal de los Montes de Toledo. Y del confesonario nada quiero
decir; y de la Junta de las Paulinas tampoco; y de las niñas del
Catecismo... chitón, porque más vale no hablar; y de la Corte de
María... pasemos a otro asunto. En fin, que no hay por dónde
cogerlo. Ésta es la verdad, la pura verdad: y el día que haya en
España un gobierno medio liberal siquiera, ese hombre saldrá de
aquí con la sotana entre piernas. He dicho.
El ex-alcalde entendía así la libertad; o se perseguía o no se
perseguía al clero. Esta persecución y la libertad de comercio era
lo esencial. La libertad de comercio para él se reducía a la libertad
del interés. Todavía era más usurero que clerófobo.
Aunque maldiciente, no solía atreverse a insultar a los curas de
tan desfachatada manera, y aquel discurso produjo asombro.
¿Cómo aquel socarrón, marrullero, siempre alerta, se había
dejado llevar de aquel arrebato? No había tal cosa. Estaba muy
sereno. Bien sabía su papel. Su propósito era agradar a don
Álvaro, por causas que él conocía; y aunque el presidente del
Casino fingiera defender al canónigo, a Foja le constaba que no le
quería bien ni mucho menos.
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Leopoldo Alas, «Clarín»
-Señor Foja -respondió Mesía, seguro de que todos esperaban
que él hablase- hay cuando menos notable exageración en todo lo
que usted ha dicho.
-Vox populi...
-El pueblo es un majadero -gritó Ronzal-. El pueblo crucificó a
Nuestro Señor Jesucristo, el pueblo dio la cicuta a Hipócrates.
-A Sócrates -corrigió Orgaz, hijo, vengándose bajo el seguro
de la presencia de don Álvaro.
-El pueblo -continuó el otro sin hacer caso- mató a Luis diez y
seis...
-¡Adiós! ya se desató -interrumpió Foja.
Y cogiendo el sombrero añadió:
-Abur, señores; donde hablan los sabios sobramos los
ignorantes.
Y se aproximó a la puerta.
-Hombre, a propósito de sabios -dijo don Frutos Redondo, el
americano, que hasta entonces no había hablado-. Tengo
pendiente una apuesta con usted, señor Ronzal... ya recordará
usted... aquella palabreja.
-¿Cuál?
-Avena. Usted decía que se escribe con h...
-Y me mantengo en lo dicho, y lo hago cuestión personal.
-No, no; a mí no me venga usted con circunloquios; usted
había apostado unos callos...
-Van apostados.
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La Regenta
-Pues bueno ¡ajajá! Que traigan el Calepino, ese que hay en la
biblioteca.
-¡Que lo traigan!
Un mozo trajo el diccionario. Estas consultas eran frecuentes.
-Búsquelo usted primero con h -dijo Ronzal con voz de trueno
a Joaquinito, que había tomado a su cargo, con deleite, la tarea de
aplastar al de Pernueces.
Don Frutos se bañaba en agua de rosa. Un millón, de los
muchos que tenía, hubiera dado él por una victoria así. Ahora
verían quién era más bruto. Guiñaba los ojos a todos, reía
satisfecho, frotaba las manos.
-¡Qué callada! ¡qué callada!
Orgaz, solemnemente, buscó avena con h. No pareció.
-Será que la busca usted con b; búsquela usted con v, de
corazón.
-Nada, señor Ronzal, no parece.
-Ahora búsquela usted sin h -exclamó don Frutos, ya muy
serio, queriendo tomar un continente digno en el momento de la
victoria.
Ronzal estaba como un tomate. Miró a Mesía, que fingió estar
distraído.
Por fin Trabuco, dispuesto a jugar el todo por el todo, se puso
en pie en medio de la sala y cogió bruscamente el diccionario de
manos de Orgaz, que creyó que iba a arrojárselo a la cabeza. No;
lo lanzó sobre un diván y gritando dijo:
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Leopoldo Alas, «Clarín»
-Señores, sostenga lo que quiera ese libraco, yo aseguro, bajo
palabra de honor, que el diccionario que tengo en casa pone avena
con h.
Don Frutos iba a protestar, pero Ronzal añadió sin darle
tiempo:
-El que lo niegue me arroja un mentís, duda de mi honor, me
tira a la cara un guante, y en tal caso... me tiene a su disposición;
ya se sabe cómo se arreglan estas cosas.
Don Frutos abrió la boca.
Foja, desde la puerta, se atrevió a decir:
-Señor Ronzal, no creo que el señor Redondo, ni nadie, se
atreva a dudar de su palabra de usted. Si usted tiene un
diccionario en que lleva h la avena, con su pan se lo coma; y aun
calculo yo qué diccionario será ése... Debe de ser el diccionario [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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